Las
noches que siguieron fueron las más largas de toda mi vida, con la excepción de
la que relataré más adelante. En contra de todos mis pronósticos y esperanzas,
mis padres me sorprendieron aceptando la idea de Alicia y el doctor Queraltó,
aunque no faltaron las discusiones.
—Está
bien, Adela. Que se vaya. Así a lo mejor se le pasa la tontería.
—¿Qué
tontería? Al niño le vendrá bien ver mundo. Seguir los pasos de su tío. Eso
es lo que ha dicho el psicólogo.
—Ver
mundo, ver mundo... ¿Eso qué tiene de bueno? El mundo ya no se ve, Adela. Ahora
todo está en los documentales y las revistas. Acuérdate de nuestro viaje de
novios. En esa época todo era distinto, hacía ilusión viajar, te sorprendías.
Hoy sin embargo no hay nada que sorprenda porque lo hemos visto todo en la
tele.
—¿Nuestro
viaje de novios, Fernando? ¡Pero si fuimos a Baracaldo, a casa de tus padres!
—¡Ya,
bueno, pero no lo conocíamos! ¿O sí? En cambio manda a un chaval de los de
ahora a Baracaldo y verás lo que te dice. ¿Tengo razón o no?
Mi padre es un hombre raro. Su interés por la Historia Antigua y las civilizaciones perdidas se reduce a lo que cuentan los libros. En la práctica le da miedo hasta ir a comprar el pan, por si le atracan. Algún viaje ha hecho, casi siempre por trabajo, y lo ha disfrutado. Pero en cuanto vuelve a casa, decide que como allí, en ningún lado, y cuesta un riñón volver a sacarlo. Que se lo pregunten a mi madre.
Mientras
tanto yo experimentaba una especie de emoción parecida a la ansiedad como no
había sentido nunca. Estaba seguro de que quería acompañar a Harry Grey a
Egipto, a escribir con él ese reportaje sobre la tumba recién encontrada por un
equipo de compatriotas míos. Me apetecía conocer aquel lugar tan exótico con el
que mi tío había alimentado mis sueños de infancia. Pero al mismo tiempo, no
sabía si estaba listo para una aventura así. ¿Y si me picaba un escorpión, me mordía una cobra o me comía un
cocodrilo? Os recuerdo que en mis ejercicios de supervivencia he tenido que comerme toda clase de bichos, pero todos reunían dos condiciones: 1) No eran venenosos, y 2) Eran más pequeños que yo. Vamos, que no me veía defendiéndome de un cocodrilo a bocados.
Tales
eran mis inquietudes, y una mañana no pude evitar llamar a Harry Grey por
teléfono para compartirlas con él.
—Tranquilo, Jaime.
No hay ningún peligro que no se pueda prevenir. Ésa es la esencia de la
aventura. El que busca el peligro pierde la vida. Pero el verdadero aventurero
no es un loco temerario, sino alguien que tiene a su disposición las claves
para sortear cualquier adversidad y sabe ponerlas en práctica en el momento
adecuado.
Miré
hacia la pared y tuve la impresión de que Indy asentía con la cabeza
desde el póster.
Hazle caso, chaval. Sabe de lo que habla.
A continuación Harry dijo una frase que me dejó pegado al borde de la cama.
—Todo
eso tu tío lo sabía mejor que nadie. Lo llevas en los genes, Jaime, así que
no tengas miedo.
—¿Co...
conocías a mi tío?
—La
verdad es que nunca había oído hablar de él hasta que lo nombró Alicia —Hizo
una pausa, y el breve silencio pareció ocultar la verdadera naturaleza de su
cita con mi profesora—. Luego estuve investigando y me pareció un hombre con
una vida fascinante. Para ser un aficionado publicó algunos libros muy
bien considerados en el mundillo.
—Pero
no tanto dentro de su familia. Mi madre siempre pensó
que era una mala influencia para mí. Y mi padre tres cuartos de lo mismo.
—Eso
siempre pasa. Los Grey también somos de generaciones alternas. Mi abuelo
era un fanático de la historia y la arqueología. Sin embargo mi padre salió
urbanita y adicto a la Bolsa. Hay veces que la herencia genética no nos viene
de los padres sino de los abuelos. O, como en tu caso, de los tíos abuelos.
—Mi padre es catedrático de Historia —dije—. En una de sus investigaciones conoció a mi tío Felipe, se hicieron amigos y acabó casándose con su hermana. O sea, con mi madre.
—¿Y se llevaban bien? Tu tío y tu padre, digo.
—Se tragaban, pero eran muy diferentes. Mi padre lo buscaba todo en los libros, mientras que mi tío, en cuanto reunía un poco de dinero, se iba a dar una vuelta por el mundo.
—¿Y tú a quién te pareces?
Me encogí de hombros, incapaz de contestar a esa pregunta.
Aunque supuse que era precisamente la cuestión a la que el viaje ideado por Alicia, el Dr. Queraltó y Harry Grey pretendía hallar respuesta.
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