lunes, 12 de mayo de 2014

Abu Simbel. Un selfie monumental.

Los que seguís mis peripecias sabréis que nací en un barco cerca de Alejandría, por lo que no os extrañará que considere Egipto como mi segunda patria. Además estuve un tiempo trabajando allí y tengo un cariño especial a aquella tierra que, de alguna manera, me hizo ser como soy.

Por eso quiero retomar este blog hablando de una de sus muchas maravillas: el gran templo de Ramsés II en Abu Simbel.

Abu Simbel significa “Montaña Pura”, y es un accidente geográfico natural situado junto al lago Nasser en el que el faraón Ramsés II ordenó construir dos speos, (templos subterráneos excavados en la misma montaña). Para los que queráis visitarlo, sabed que en los circuitos turísticos habituales (por razones de seguridad, viajar por libre en Egipto no está al alcance de todo el mundo) la salida se suele hacer desde Asuán y la distancia a recorrer es como de Madrid a Valencia, más o menos. De manera que si queréis llegar para ver amanecer en Abu Simbel, que es una de las mejores experiencias que se pueden tener en la vida, hay que salir como a las dos de la mañana o así. Si los amaneceres os dan igual y lo que os gusta es dormir como lirones caretos, entonces podéis salir un poquito más tarde, pero ya os digo yo que el madrugón merece la pena.




El templo es impresionante. En términos actuales podríamos decir que se trata de un selfie monumental, ya que Ramsés II se lo dedicó a sí mismo y por eso podemos ver su figura en la fachada del templo, no una sino cuatro veces, aunque una de ellas sin cabeza (como en algunos selfies hechos con prisa). El deterioro de esta escultura puede deberse a un terremoto, aunque un viejo del lugar me comentó que quizás hubiera sido robada. Sin embargo, teniendo en cuenta que las estatuas miden aproximadamente veinte metros de altura, yo me quedo con la teoría del terremoto. Es más probable y además me sirve para conservar la fe en la especie humana.


La intención del templo es propagandística y conmemorativa. En sus muros interiores hay representaciones de la victoria de Ramsés II sobre los hititas en la famosa batalla de Kadesh, lo que podría hacernos pensar en un inigualable documento histórico si no fuera porque (¡oh, sorpresa!) el rey de los hititas hizo lo mismo en sus templos: representarse vencedor de la contienda.




Hay de hecho bastantes puntos oscuros en el desarrollo y el desenlace de dicha batalla, más aún cuando en realidad el conflicto entre los dos reinos se acabó solucionando a través de un tratado de paz. Pero a los faraones les gustaba dejar claro su poder en la piedra para que todo el mundo dijera: "Ojo con éste" o "Cuidado con Ramsés, que no se anda con chiquitas".

Y eso es precisamente lo que encontramos en el templo de Abu Simbel: una gigantesca advertencia cuyo objetivo era impresionar e intimidar a los pueblos nubios del sur de Egipto y que, a día de hoy, deja los ojos de los viajeros como platos de ensalada al tiempo que imprime en su entendimiento la certeza de que la vanidad del ser humano no es cosa de hoy ni de ayer.

Seguiremos hablando de ello.